Una jovencita, con trencitas en el pelo y gafas, parece que tenía mucha hambre de polla y la verdad es que no se corta un pelo. Cuando quiere algo, lo toma, y esta vez fue la polla de su compañero de piso. Sin pedir permiso ella fue por debajo de la mesa en la que él se encontraba, le sacó la polla y le hizo la mamada de su vida, mientras él, sorprendido, no podía hacer más que disfrutar de esas atenciones.